Rompiendo tabúes: abrazar el placer como una forma de sanación
Durante siglos, el placer femenino ha estado rodeado de silencio, estigma y prescripciones culturales. Hoy, la investigación clínica y las prácticas holísticas muestran que recuperar la sensualidad puede ser una vía significativa de sanación emocional y física, siempre que se desarrollen en contextos seguros y respetuosos.
8/26/20252 min leer
El peso del silencio
Durante generaciones, muchas mujeres recibieron mensajes —explícitos o implícitos— según los cuales el deseo era impropio o secundario. Las conversaciones sobre placer femenino fueron censuradas, medicalizadas o confinadas a la intimidad; como resultado, muchas aprendieron a disociarse de las señales de su propio cuerpo y a priorizar las necesidades ajenas por sobre las propias. Este silencio histórico no solo genera vergüenza: estructura la manera en que el sistema nervioso entiende la seguridad y la excitación, cómo se interiorizan los límites y cómo se vive el placer a lo largo de la vida.
Romper ese silencio comienza por nombrarlo: reconocer de qué manera las narrativas culturales condicionan la experiencia individual. Cuando una mujer escucha por primera vez que su deseo, su curiosidad y su derecho a sentirse bien son válidos, se abre una posibilidad real de agencia sobre su cuerpo. Ese cambio es la condición previa para que cualquier práctica terapéutica o sensual produzca transformaciones duraderas.
El placer como medicina
El placer tiene efectos fisiológicos medibles. El contacto consciente y las experiencias sensuales positivas liberan oxitocina, endorfinas y dopamina —neuroquímicos que reducen el estrés, mejoran el estado de ánimo y favorecen el vínculo social. Desde la regulación del sistema nervioso, el tacto placentero puede facilitar el paso de un estado hipervigilante a uno más propicio para la restauración y la reparación. Para mujeres que cargan tensiones crónicas, duelos o experiencias no procesadas, permitir sensaciones seguras y placenteras puede ser reparador: crea nuevas memorias somáticas en las que el cuerpo aprende que el contacto puede ser seguro y nutriente.
Además, el valor terapéutico del placer no es solo bioquímico. Recuperar la sensualidad suele restaurar la autoestima y la soberanía corporal que los tabúes habían erosionado. Cuando el placer se redefine como algo sano y merecido, se convierte en un recurso para la resiliencia —una manera de habitar el propio cuerpo con más compasión y menos culpa.
Hacia una nueva narrativa
Cambiar las narrativas culturales exige trabajo individual y transformaciones estructurales: disponer de espacios profesionales y accesibles donde explorar la sensibilidad sin juicio; integrar la educación sobre el placer en la salud; formar a practicantes capaces de contener estos procesos con seguridad. Modelos como el Sensual Experience Massage (SEM) intentan construir precisamente ese tipo de contenedores: encuentros donde el consentimiento, el respeto y la intención terapéutica enmarcan la experiencia. En esos espacios, la sensualidad deja de ser un fin polémico y se vuelve un camino de reconexión con la inteligencia del cuerpo.
Cuando comunidades y agentes de salud comienzan a nombrar el placer como parte del cuidado, los efectos se amplifican: menos tabúes internalizados, conversaciones más honestas sobre límites y deseo, y una cultura que permite que las mujeres accedan al placer como una forma legítima de cuidado. Recuperar el placer, en este sentido, es sanación personal y trabajo cultural a la vez.
Fuentes
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Basson, R. (2001). Using a different model for female sexual response to address women’s problematic low sexual desire. Journal of Sex & Marital Therapy.
Levin, R. J. (2007). Sexual activity, health and well-being — the beneficial roles of coitus and masturbation. Sexual and Relationship Therapy.
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